viernes, 23 de diciembre de 2016

33. El desafío de lo desconocido. (Primera parte)

Nota: Treintaitresavo capítulo del relato, para ir al primer capítulo pulse aquí:  Capítulo 1



Cuando me relató su particular drama pude ver como lo que me exponía era totalmente un sinsentido. Desde que estaba en este lugar había tenido incontables desencuentros con esos seres sobre humanos sin que hubiera rotura de amuletos de por medio. Por lo que esto se me antojaba como otro burdo temor instaurado en estas extrañas tierras. Sin embargo no debía explicar mis ideas tan certeramente como las sentía. Debía recordar que no tenía que exponer mis impresiones tan a la ligera en este lugar donde supersticiones como esta estaban a la orden del día. Necesitaba pues actuar cuidadosamente para hacerle entender a esta anciana, de una manera más sutil, que no había peligro alguno al que temer en estos momentos.

-“Lo siento mucho. No tenía ni idea de que ese talismán fuese tan importante. ¿Puedo enmendar el error de alguna manera? Me imagino que mis inútiles arreglos no servirán de nada, pero si me indica como poder solucionar este terrible suceso hágalo que inmediatamente me haré cargo para solucionarlo lo antes posible.”-

Mientras mis palabras brotaban de mi boca, la extraña mujer ya estaba negando con la cabeza ante mi propuesta. Al parecer no había una manera sencilla de acatar el problema. Al menos para su punto de vista, ya que en cuanto me expuso la siguiente respuesta me di cuenta de que su apenamiento hacia el arreglo del amuleto venía arraigado a otro totalmente alejado de este asunto en cuestión, que le frenaba en su avance de acabar con este misterioso problema que la tenía totalmente atormentada.

–“Me temo que no lo hay querido. En estos momentos solo Jacob sabe crear estos amuletos que nos separan de esos diablos en toda la aldea. Y he de decir que no son especialmente baratos. Para conseguir este toda mi familia tuvo que trabajar sin descanso durante semanas para poder costeárnoslo. Eso por desgracia era cuando mi hijo aún seguía vivo. Ahora con el pequeño sustento que tenemos nos va a ser imposible conseguir otro por mucho que ahorremos. Estamos totalmente a merced del destino”-

La pobre anciana sollozaba audiblemente entre su relato mientras yo me quedaba totalmente indignado por su significado. Al parecer, ese curandero no era solo un mentiroso que se zafaba de tener unas artes místicas que en realidad no eran ciertas, sino que además estafaba a esta pobre gente que trabajaban duramente en el campo para poder seguir viviendo en este pueblo lleno de desesperanza.

Aunque no me incumbiese como extranjero que era, y más dentro de estas tierras inhóspitas, esa era una cuestión que no podía tolerar. Si ese hombre utilizaba ese tipo de engaño con esas pobres gentes conmigo no le iba a funcionar. Me dirigiría hacia allí y dejaría las cosas claras para que al menos supiera que había alguien en estas tierras dispuesto a no dejarle salirse con la suya con tal burdo engaño.

El problema ahora era calmar a la pobre anciana de su particular desdicha, así que haciendo gala de una fachada de serenidad ante el asunto para no empeorar más las cosas, me dirigí hacia la mujer en todo esperanzador, haciéndole ver que si el dinero era el problema yo tenía la solución al asunto que le correspondía.

-“Por eso no se preocupe. Yo soy escritor y provengo de una familia algo acaudalada, por lo que tengo una amplia solvencia económica para hacer frente a estos problemas. Además yo respondo por el chico que ha sido quien ha roto el amuleto, por lo que quien debería pagarlo soy yo, no usted. Al menos esas son mis creencias para estas situaciones, así que por favor si es usted tan amable, me gustaría que me indicara donde puedo encontrar al curandero para poner todo en orden antes de que anochezca y no haya pues ningún problema que lamentar.”-

La señora al escucharme pareció quedarse pensativa ante el conflicto interno que yo había propiciado con mi resolución apremiante. Estaba claro que no quería hacerme gastar un dinero que era destinado al fin y al cabo para la protección de su hogar, pero también el quedarse desprotegida le suponía un gran disgusto. Finalmente para mi suerte accedió a dejarme hacer mi plan de llevarle a Jacob el talismán para que lo reparase. Dejándome con ello, la libertad que necesitaba para hacerle una visita a tal estafador.

-“Está bien querido si es lo que quieres te lo agradezco de corazón. Ten aquí tienes el amuleto. Si se lo das a Jacob él sabrá que hacer. Ahora mismo te digo como llegar hasta él para que partáis de inmediato que no me gusta teneros fuera cuando empieza a entrar la terrible noche. Ven aquí por favor”-

La señora me hacía señas con la mano para que le indicase mi presencia, así que con un gesto de afecto, le agarré suavemente el hombro mientras le contestaba afectuosamente que todo saldría bien. Ella pareció serenarse ante mis palabras y expresando su conformidad me dio el objeto para que lo llevase conmigo, indicándome tras dicho acto como acudir a la ubicación del curandero con gran exactitud. Le di por ello las gracias y me dispuse pues a partir junto con Cameron y el amuleto rumbo a las profundidades de estas tierras, en donde ya solo pensaba en buscar a aquel hombre que cada vez que me hablaban de él lo consideraba más indigno para la bondad de este mundo.


Una vez fuera recorrimos los estrechos senderos de tierra hacia una parte un poco más alejada de la aldea. Era curioso pero, aunque la mayoría de sus gentes estaban trabajando aún en el campo, al caminar entre sus desiertas calles podía seguir sintiendo de una manera poco racional que nos estaban observando desde la seguridad de los hogares que dejábamos atrás con una rapidez bastante acusada.

Supuse pues que este sentimiento era debido a lo incomodo que me sentía en ese funesto lugar, y seguí adelante en mi empeño de buscar al hombre que no merecía estar en tanta consideración con el pueblo. Avancé por ello caminando a buen ritmo hasta que me lo encontré sentado en el borde de la entrada de su casa, fumando tranquilamente como si nada del otro mundo estuviera pasando. En cuanto me vio giró la cabeza hacia mi dirección, y con un simple. –“Me imaginaba que vendrías”- me saludó escuetamente mientras se levantaba de su descanso y comenzaba a ir en dirección a su hogar seguido a la espalda por mi persona y el chico que le fruncía severamente el ceño como si él también supiese lo que estaba a punto de pasar.

 El lecho parecía a simple vista uno de tantos que había visto en esta parte del pueblo, solamente al entrar pude darme cuenta de que en esta ocasión si me encontraba ante algo diferente ya que, una vez dentro pude observar como la decoración que le había dado a su vivienda tildaba mucho de ser lo que se consideraría normal para una morada como la que estaba observando en esos precisos momentos.

Al parecer el curandero se tomaba muy en serio su labor de tal calibre en la aldea pues, en cada rincón de la casa, ya fuese en las paredes o en el suelo, se encontraba algún utensilio extraño con una forma rústica de muñeco, o enredaderas de todos los tamaños como la que llevaba yo en la mano. El aire también era extraño como de un olor adulzado que a mi gusto protagonizaba más de lo que debería. Por último pude ver como unas pequeñas cuentitas de colores brillaban en una especie de cesta de mimbre que ya estaba sosteniendo el hombre en cuestión hacia mi dirección. –“Ten. Te regalo una. Os librará de los malos espíritus.”-


Al oírle me lo quedé mirando de una manera un tanto escéptica mientras alargaba la mano para coger una de sus posesiones. No es que me deleitase con su regalo, pero no pensaba ser descortés ni con esa clase de gente que a mi parecer se lo merecía más que nadie. La recogí pues sin mirarla si quiera y me la guardé en el bolsillo a la vez que le agradecía su gesto para con nosotros. Como respuesta solo obtuve una observación minuciosa seguida de un –“curioso”- que susurró para sí, dándome a entender que había sacado algo en claro de esa práctica tan banal. En cuanto hubo dejado la cesta en su sitio, el hombre se puso detrás de un sencillo mostrador donde comenzó a atenderme de una manera totalmente impersonal. –“Bueno, tú dirás en que puedo ayudarte”-.

Mientras me exponía tal comercialismo le lancé en la mesa de mala manera el supuesto amuleto que había vendido a Cleo para ahuyentar a los malos espíritus de su hogar. Al verlo no hizo falta decirle más, ya que con una comprensión que dejaba atrás cualquier duda que pudiera seguir a mi extraño acto, el vendedor lo recogió de la mesa y dijo –“Ahora entiendo a que se debía tanto revuelo en el campo hace unos momentos. La que has liado muchacho”-.

A través de su reacción pude observar como una extraña fijación con el objeto comenzó a cobrar parte en su persona. Ni si quiera me miraba a mi o al chico a la vez que exponía tal impresión, tan solo se limitaba a darle vueltas al objeto ensimismadamente como si sintiera un orgullo extremo porque su creación  hubiera vuelto a sus manos. Yo por mi parte no me dejé llevar por la implicación de culpabilidad que transportaban sus palabras, y seguí con la idea que tenía en mente desde un principio. –“¿Puede arreglarlo o habrá que comprar otro nuevo?”-.

Mis ecos tenían un tono directo que pareció no gustarle en absoluto, ya que en cuanto me escuchó dejó lo que tenía literalmente entre las manos, y con una negación súbita de cabeza me contestó –“No es tan sencillo como eso muchacho. Para que este artilugio sagrado dé la protección que necesita se ha de tener fe en todo lo que representa. Una cosa que tu parece ser que no profesas en absoluto”-


Al decirlo me zarandeaba el objeto delante mis narices como echándome la culpa de la rotura concienciada de sus hilos. Este comportamiento tan retador hizo que comenzase a agotar ya la poca paciencia que profesaba para su persona, por lo que con la misma dirección de mis argumentos anteriores le rebatí directamente, para que supiese que a mí al menos, no me engañaba con sus malas artes y artimañas baratas. –“No me venga con esas que puede que a estas pobres gentes les engañe su condenada palabrería pero a mí no me afecta en absoluto, así que haga el favor de dejar de increparme y póngase a reparar ese condenado objeto que para algo le han pagado sus honorarios con creces las señoras con las vivo”-

Tras mis palabras el hombre se me quedó mirando sonriendo como si aquello que acababa de decirle hubiera sido algo que tenía previsto de antemano. Negó suavemente la cabeza con un rubor cómico en su rostro y, sin replicarme en absoluto mis palabras, se dispuso a reparar el amuleto mientras seguía con sus malintencionados argumentos hacia mi persona.


–“He conocido muchos hombres como tú, muchacho. No venidos de otras tierras, pero si gente como tus amigos por ejemplo, que se creen que por haber vivido una vida distinta a la nuestra, ya por ello tienen razón en las creencias que procesan, y nos miran por encima del hombro cada vez que hablamos de las nuestras. Verás, este pueblo tiene algo divino. Yo al menos lo sé. Por eso suelo buscar artilugios que nos ayuden a sobrellevar la carga que trae consigo. A nosotros nos funciona porque los dioses ven que creemos en ellos y nos echan una mano. Sin embargo a ti jamás te ayudarán. Ya me di cuenta de cómo eras nada más verte esta mañana en casa de Cleo, pero después de coger la piedra de los demonios me has dejado bastante claro que es contigo con quien viajan las desgracias. Así que procura cuidarte, chico. Porque no te veo un futuro muy largo como sigas así. Ten. Aquí tienes. Reparado. Puedes llevártelo de vuelta sin coste alguno. Pero te lo advierto. No hará absolutamente nada mientras esté en tu compañía. De eso puedes estar completamente seguro”-
Continuará...

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